Macanudo de Liniers

Macanudo de Liniers
"¿Y si no fuésemos otra cosa que los brazos de una voz?" Decir. Maliyel Beverido

lunes, 26 de enero de 2015

Un año sin ti


José Emilio Pacheco. Foto: Rogelio Cuellar (1989)



Un año echando de menos a nuestro querido José Emilio Pacheco. No nos acostumbramos a estar sin él. Lo recuerdo con un par de sus poemas:


Presencia

¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día,
dejó cenizas de su sombra fiera?

¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía
que vuelva a ser de pronto primavera.

No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,

ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive yo estaré despierto.



*


La noche nuestra interminable

Mis paginitas, ángel de mi guarda, fe
de las niñeras antiquísimas,
no pueden, no hacen peso en la balanza
contra el horror tan denso de este mundo.
Cuántos desastres ya he sobrevivido,
cuántos amigos muertos, cuánto dolor
en las noches profundas de la tortura.

Y yo qué hago y yo qué puedo hacer.
Me duele tanto el sufrimiento de otros,
y apenas
intento conjurarlo por un segundo con estas hojitas
que no leerán los aludidos, los muertos ni los pobres
ni tampoco
la muchacha martirizada. Cuál Dios
podría mostrarse indiferente
a esta explosión, a esta invasión del infierno.
Y en dónde yace la esperanza, de dónde
va a levantarse el día que sepulte

la noche nuestra interminable doliendo.






1 comentario:

  1. Sabes el poema de Presencia me recordó mucho al poema de Nezahuacoyotl y la toltecayotl, flor y canto, muy centrada en esta fugacidad de la existencia humana en la cual sólo nuestros cantos permanecen.
    Yo Nezachualcóyotl lo pregunto:
    ¿Acaso deveras se vive con raíz en la Tierra?
    No para siempre en la Tierra:
    sólo un poco aquí.
    Aunque sea de jade se quiebra,
    aunque sea oro se rompe,
    aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
    No para siempre en la Tierra:
    sólo un poco aquí.

    En otro poema el príncipe poeta y arquitecto lo descubre:

    No acabarán mis flores,
    no cesarán mis cantos.
    Yo cantor los elevo,
    se reparten, se esparcen.
    Aun cuando las flores
    se marchiten y amarillecen,
    serán llevadas allá,
    al interior de la casa del ave de plumas de oro.

    Saludos.

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